
La época de los pensadores distópicos
La época actual favorece y pone en el foco mediático a quienes piensan futuros distópicos para la humanidad. No es porque se vayan a realizar tales como los describen, sino para intentar perpetuar las injusticias que permiten gozar de exorbitantes privilegios a unos pocos integrantes de las élites mundiales y sus servidores. Pero es posible y necesario construir nuevas utopías humanistas para confrontar la nueva ideología totalitaria, el transhumanismo, que solo promete distopías para las grandes mayorías de seres humanos.
La isla de Tomás Moro
Hace más de 500 años el escritor Tomás Moro plasmó en la obra escrita en latin “Utopía”, publicada en el 1516 en los Países Bajos europeos, la descripción de una sociedad ideal. Los habitantes de la isla que da origen al título, habían construido un sistema de convivencia en el cual todos los seres humanos que formaban parte podían aspirar a lograr la felicidad en ese modelo de comunidad donde el crímen, la pobreza y la violencia eran mínimos.
Más allá de su legado literario, el aporte de Moro fue incorporar esa palabra y la significación que porta, al imaginario de la humanidad. De allí es que proviene la idea utopía como sinónimo de perfección u objetivo inalcanzable.
Por su origen etimológico, puede ser un lugar fuera del espacio (topos) y por lo tanto ideal, concebible en la dimensión del pensamiento, pero no existente en el mundo tridimensional en el que vivimos; también desde el siglo XVII se hizo común vislumbrar una utopia como “lugar bueno” (del inglés eutopia).
Las utopias han sido en diferentes épocas, ideas-fuerza, como lo supo decir con una imágen poética , no hace tanto tiempo, el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces para qué sirve la utopía? Sirve para eso, sirve para caminar.”
Contrariamente, una distopía es una sociedad ficticia, pero indeseable en sí misma. El término procedente del griego fue creado como antónimo directo de utopía.
Distopías orwellianas
Durante los dos largos años del desarrollo de la Plandemia mucho se ha evocado la novela “1984” del escritor británico (nacido en la India) George Orwell, publicada por primera vez en 1949, que se convirtió en una de las principales referencias de un lugar antagónico a una utopía, o sea un mundo distópico.
En su distopía el autor describe una sociedad totalitaria, dominada por la vigilancia, el control, la mentira y la manipulación. De allí viene la figura del big brother, el «gran hermano» omnivigilante.
Allí la mentira institucionalizada, el control casi absoluto de la vida social y la represión, configuran un modelo de sociedad que no puede ser cuestionado ni desafiado. Contrariamente a la felicidad individual y colectiva que imaginaban las utopías, en este escenario distópico solo se puede aspirar a una esclavitud tranquila y adaptada al sistema opresivo.
Distopías “felices”: entre Aldous Huxley y Netflix.
También muy recordado ha sido el libro “Un mundo feliz” del también inglés Aldous Huxley. Hay semejanzas y diferencias entre esta obra y la mencionada “1984” que diferentes críticos literarios han desarrollado. Pero me basta con los recuerdos de mi lectura en la adolescencia para evocar el modelo societal allí retratado.
Ese «brave new world» (su título en inglés) tenía estratos sociales claramente definidos por medios socio-biológicos. La clase baja estaba destinada a las tareas más duras y desagradables, pero tenía acceso a su cuota de “satisfacción ” mediante recursos bioquímicos – farmacológicos (el Soma alimenticio).
Lo distópico de esa pseudofelicidad es su artificialidad producida por medios tecnológicos, pero funcional a un orden social piramidal, en el cual la mayoría de la base vive y trabaja para satisfacer a la minoría en la cúspide.
Esa sociedad “feliz” funciona en base a la inconsciencia por parte de los explotados, narcotizados por el sistema con paliativos químicos, para que no demanden más libertad o derechos, mientras las élites pueden seguir perpetuando la desigualdad e injusticia que posibilita sus privilegios.
San Junipero
Ese es el título de un capítulo de la 3ra temporada de la serie futurista Black Mirror de Netflix. Es posible que sea el mejor de toda la serie, aunque no es sencillo comparar porque los episodios unitarios tratan temas muy diferentes. En cualquier caso, este capítulo ganó dos premios Emmy en 2017, como mejor telefilm y mejor guión.
Tal vez sea un raro caso, en el cual el contenido y su factura técnico-artesanal, satisface algunos estándares de ideologías predominantes en la industria audiovisual anglosajona, a la vez que plantea problemas humanos y filosóficos complejos.
Según mi interpretación, San Junipero pese a la brevedad de su hora y poco de duración es una ficción representativa de una distopía feliz. Me abstengo de anticipar su argumento, pero debo explicar el problema filosófico planteado: la prolongación por tiempo indefinido de la vida humana en un cuerpo saludable de edad juvenil, pero con grandes limitaciones de sus posibilidades reales, aunque su existencia transcurre en un balneario (San Junipero) en tiempos vacacionales perpetuos.
Lo que está notablemente trabajado en el guión y realizado, es que recién en los minutos finales el espectador puede intentar “atar todos los cabos sueltos” y sorprenderse al ver de qué se trata la médula de la historia.
Solo diré que un dispositivo computacional de enorme poder permite la interacción entre las conciencias de los humanos que optan por esa experiencia de sobrevida. Queda para la reflexión filosófica y práctica evaluar las posibilidades y las limitaciones de esa prolongación vital virtual.
¿Cómo seguirá la historia?
Mi discurrir desde la literatura y cine por utopías y distopías tuvo como disparador un intercambio, como los que tenemos frecuentemente, con una amiga de la disidencia uruguaya.
Ella afirmó, en el comienzo de lo luego se transformó en un largo intercambio de ideas: “Mis observaciones ahora que se ha decretado el fin, bastante amplio, de las medidas. La disidencia se ha quedado sin objetivos en carne viva. Pues todos y cada uno estamos enfrentados a las consecuencias, más o menos invisibilizadas, de esta situación desastrosa de dos años de duración.”
Por cierto que le pedí ampliación de sus afirmaciones y ella enumeró capítulos de Salud, Economía y Políticos. Discusión que podría llevar a desarrollar varios escritos.
Pero lo que me “tocó” para esta presente columna fue su advertida ausencia de objetivos en un contexto en el que día a día leemos noticias, artículos, trabajos científicos que predominantemente abonan las perspectivas hacia la conformación de un mundo distópico.
Como corolario la nueva normalidad más parece una manera de adaptación pasiva motivada por la mera supervivencia, como una ruta orwelliana que ni siquiera conduce al paliativo de San Junipero sino a un futuro mucho más sombrío y desesperanzador.
Los pensamientos distópicos de Yuval Harari
El historiador israelita Harari puede ser tenido como ejemplo patente y actual de un pensador distópico. No en vano se lo ubica como parte de la usina de ideas del Foro Económico Mundial y su líder Klaus Schwab.
Aunque hay que dejar clara una primera cuestión como punto de partida. Las distopías en tanto utopías negativas, comparten con éstas su carácter de idealizaciones inalcanzables. Por lo tanto es muy probable que una buena parte de las ideas de las que él es vocero, sean fantasías irrealizables (por lo menos de la manera que son planteadas como inevitables).
Pero por obra y gracia del aire de época o la Weltanschauung, vocablo del idioma alemán que me recordó mi amiga, quien vivió muchos años en el país germánico, podemos advertir que las distopías han adquirido un nivel de verosimilitud mayor a las utopías para las masas de personas.
Por lo tanto parece “rendir más” a muchos profesionales, académicos políticos o simples ciudadanos verborrágicos y aspirantes a cierta notoriedad, sumarse a la ola de pronosticar los futuros más sombríos y desestimulantes para la amplia mayoría de los seres humanos que formamos la humanidad del tiempo presente.
Segunda cuestión: Harari es un productor de pensamientos o transmisor de ideas elaboradas en ciertos grupos pensantes. Principalmente es un ideólogo del “transhumanismo”. Puede impresionar a cierta porción de la gente porque aparentemente se basa en la ciencia y tecnología de punta. Pero en realidad no es otra cosa que un hábil comentarista y especulador interesado, sobre el futuro que aún no ha acontecido.
Según se constata Yuval Harari es historiador de profesión, escritor y profesor universitario de historia. Aunque opina y lanza pronósticos presuntamente fundado en conocimientos científicos físicos, químicos y matemáticos (informática, cibernética, robótica, biología molecular, nanotecnologías, etc.) él es una persona formada en una ciencia social.
Esto es curioso, pues no es un doctor en biología o ingeniero informático, ni tampoco un filósofo o teólogo, quien recibe el foco mediático para hablar de problemas de suma complejidad en la interrelación de la ciencia y la tecnología con el ser humano y el futuro de las sociedades.
Entonces debo concluir que Harari es un pensador distópico puesto de moda por la promoción y el respaldo del Foro Social Mundial, como propagandista del Nuevo Orden Mundial en el campo ideológico o sea de la subjetividad, impulsando el transhumanismo.
Mujica lee a Harari y este invita al Pepe a conversar por zoom.
Si alguien pudo sorprender esta conjunción de dos personas aparentemente muy diferentes en historias de vida y formación, es porque no conocen suficientemente la trayectoria e ideología de José Mujica, ex guerrillero tupamaro y ex presidente de Uruguay.
Excede el espacio de una sola columna la explicación detallada y fundamentada de cómo el Pepe pasó de ser un personaje folclórico local o regional, a una figura mediática global, construida y promocionada por los poderes fácticos que son los principales propietarios de los grandes medios de comunicación de masas.
Intentemos una esquematización, que aunque simplificadora es muy ilustrativa. El personaje del guerrillero sudamericano, que quería cambiar de raíz a su pequeño país de origen Uruguay y al mundo todo, luego de su derrota y prisión, se terminó conformando con querer “arreglar la calle que pasa frente a su casa” (tomado de declaraciones de José Mujica de hace más de 20 años), sedujo a los expertos publicitarios de las elites. Pese a su derrota ideológica y conformismo, tuvo tal éxito al adaptarse al sistema político partidario formal, que terminó siendo electo presidente de su país.
Así el Pepe internacional, el «presidente más pobre del mundo», fue transformado en un propagandista del Nuevo Orden Mundial. Igual que Harari, pero desde una historia vital muy distinta y que es complementaria para llegar a públicos objetivos también muy diferentes.
Escuchando detenidamente todas las declaraciones del historiador israelí, que están en el video cuyo enlace figura al final, en cierto momento él habla del fin de la historia.
Tal como a fines del siglo XX lo hizo otro pensador sistémico capitalista, en el frenesí de la victoria en la guerra fría. Pero Harari, que como historiador que es sabrá del craso error de Francis Fukuyama en su predicción sociopolítica, asocia su versión de fin de historia con el avance científico y dice “el fin de la biología tal como la conocemos”.
Harari (como portavoz extraoficial del Foro Económico Mundial) adjudica el poder terminar la historia humana al desarrollo científico-tecnológico, que nos llevaría inexorablemente a una era posthumana.
Sin embargo, dedica una buena parte de su disertación a responder una interrogante autoformulada: “la mayor pregunta quizás, en la economía y política de las próximas décadas será qué hacer con toda esa gente inútil”.
En cierto momento, discurriendo sobre lo “superfluo” y sin ningún poder de la mayoría de la humanidad en un futuro cercano, llega a la conclusión que ya es casi imposible que las masas organizadas puedan lograr revoluciones o levantamientos exitosos contra el orden establecido. Afirma: “Esto es básicamente un fenómeno del siglo XIX y del siglo XX. No creo que las masas, incluso si se organizan de alguna manera, tengan muchas posibilidades. No estamos en la Rusia de 1917, ni en la Europa del siglo XX”.
De tal manera que tiene sentido el relacionamiento de este pensador distópico y propagandista del NOM, con un veterano derrotado en sus aspiraciones utópicas de cambiar el mundo por métodos revolucionarios, pero reciclado como político adaptado al sistema y que tiene como plus un predicamento entre los pobres.
Mujica habla en un lenguaje que entienden esos humanos “superfluos” y “prescindibles” y contribuye a que esperen tranquilos y resignados el destino que les deparan las elites.
Reconozcamos que Harari muestra el rostro más presentable y menos horripilante de los proyectos elitistas para la “humanidad superflua”, él afirma los contentaría con “drogas y juegos de video”, en una suerte de Mundo feliz con tecnologías del siglo XXI.
Aunque si no hubiese sido en la presidencia de Mujica, habría sido otro que lo haga, la legalización de la marihuana en el experimento social de Uruguay, impulsado por Soros entre otros, permitió que un gobierno “progresista” muestre al mundo el camino hacia la Agenda 2030 y el Nuevo Orden Mundial y sigue mereciendo el reconocimiento de los poderosos por el buen acatamiento de sus proyectos.
Atacar con utopías humanas las distopías transhumanistas.
Si pretendemos en un razonamiento sencillo englobar la noción de distopía podemos decir que es el negativo de una utopía.
Resulta muy interesante cuando Harari habla en el video de la muerte y la vejez. Propone considerarlas un problema “técnico” que podría resolverse próximamente, aunque la solución solo sería disfrutable por unos pocos.
Es hasta curioso que el ideólogo transhumanista se preocupe de pensar que podrían sentir “los pobres” (es decir casi todos que no formamos parte de las élites) ante la posible desaparición de la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, solo para ricos y poderosos.
Tal vez es una duda, sembrada por la intuición que sería el colmo si la muerte como “igualadora natural” excluye a algunos privilegiados de pasar bajo su guadaña, plasmando la injusticia mundana en su máximo.
Pero esta vacilación nos deja ver un rayo de luz para nosotros los humanos que queremos resistir sin renunciar a nuestra naturaleza.
Lo que para una ínfima minoría es una utopía aparentemente al alcance de su mano próximamente; la vida eterna, significa para la gran mayoría vivir y morir asordinadamente en un mundo distópico.
Vemos que hay una dialéctica inevitable entre utopías y distopías en las dimensiones de la subjetividad, que luego se transfiere al mundo real.
Si las utopías de unos pocos, como el transhumanismo, se convierten en distopías para las grandes mayorías, hay que confrontarlas dialécticamente con nuevas utopías humanas.
Esto no significa dejar de lado ni las dimensiones espirituales, ni la ciencia y la tecnología, al contrario, hay que liberarlas a favor de esas nuevas utopías de las mayorías y su potencial revolucionario.
Como se dice en la jerga de alguna red social “no tengo pruebas, ni dudas”. Se puede, aunque recién estemos avizorando un posible nuevo amanecer de vida y amor, entre las oscuridades y sombras de las pasiones y pulsiones humanas mortíferas.